Nucleares sí, por favor… Si queremos morir en el intento

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El pasado 12 de febrero, el digital Voz Populi publicó una entrevista al Doctor en Física Nuclear Manuel Fernández, en la que este hizo una larga lista de afirmaciones que, a nuestro juicio, no se ajustan a la realidad. Pretendemos con este escrito dar réplica a su apología de la energía nuclear y a otras declaraciones que consideramos opiniones no fundamentadas.

El pasado 12 de febrero, el digital Voz Populi publicó una entrevista al Doctor en Física Nuclear Manuel Fernández, en la que este hizo una larga lista de afirmaciones que, a nuestro juicio, no se ajustan a la realidad. Pretendemos con este escrito dar réplica a su apología de la energía nuclear y a otras declaraciones que consideramos opiniones no fundamentadas.

Dice el señor Fernández que “la energía nuclear es una energía que está en la base de los sistemas energéticos de los países avanzados, está en la base de los estándares de vida tan altos que tenemos”. En primer lugar, la matriz energética mundial está dominada por los combustibles fósiles, con un porcentaje que, a pesar del auge de las renovables, no ha bajado del 80 % del total. La electricidad generada en las centrales nucleares supone poco más del 4 % de la tarta y está por detrás de la generación hidroeléctrica y la eólica/fotovoltaica. La base del sistema energético mundial siguen siendo las energías de origen fósil, cuya quema desmesurada y creciente es la responsable del calentamiento global. En segundo lugar, el “estándar de vida tan alto” de los países ricos es el causante de la superación de los límites planetarios. Según los cálculos de Global Footprint Network, en 2022 el día de sobrecapacidad de la Tierra fue, como media global, el 22 de julio; en España, ese día llegó al 12 mayo. Si la humanidad fuese una persona asalariada, llevaría más de medio siglo viviendo de prestado. España agotaría su sueldo mensual en 11 días. En 1970 el día de sobregiro fue el 29 de diciembre, no hay datos anteriores, desde entonces ese día ha ido adelantándose paralelamente al aumento en el consumo de los recursos no renovables desligado de la capacidad de la Naturaleza para reponerlos, y son precisamente los países y grupos sociales con mayor huella ecológica los autores principales del actual escenario de crisis múltiple: climática, ecológica, energética, de recursos…

Insiste el doctor en que “no nos queda otra que defender la energía nuclear, defender la continuidad de los parques nucleares y la construcción de nuevas centrales”. No nos cabe duda de que mantener activas las centrales en funcionamiento puede ser útil, siempre que su seguridad no se vea comprometida por su envejecimiento. Sin embargo, dar el visto bueno a otras nuevas es un disparate. Su coste –subvencionado públicamente, por regla general– es alto, el plazo que tardan en estar activas es de “entre cinco y diez años”, según indica el Foro Nuclear, su construcción es dependiente de los combustibles fósiles –la maquinaria y las miles de toneladas de hierro y cemento, los cuales precisan de altos hornos para su elaboración– y la superación del cenit del uranio –hacia 2016, según explica el doctor en Física Teórica Antonio Turiel en su libro Petrocalipsis– parecen suficientes motivos para descartar nuevas centrales.

Al decir “están condenando nuestras economías, nos están condenando a un frenazo en el progreso y en el crecimiento económico”, el doctor Fernández pasa de defender la energía nuclear a defender el sistema socioecónomico actual. Mal vamos si seguimos equiparando crecimiento económico y progreso. El primero no es posible sin aumentar el consumo de energía y recursos, y ambos están en declive, como detallaremos más adelante. Las sociedades que basamos nuestras economías en el crecimiento nos enfrentamos al reto de acometer un cambio cultural que pasa por redefinir lo que entendemos por progreso. Tenemos la opción de progresar aumentando la defensa de la Naturaleza –como pago de la deuda ambiental que está suponiendo la extralimitación en el uso de sus recursos y en la contaminación–, el respeto a los derechos humanos y la protección social necesarios para hacer frente, de manera justa, a las crisis provocadas por la fiesta del crecimiento descontrolado. Si optamos por mantener o aumentar la presión extractiva sobre los ecosistemas, según los recursos vayan haciéndose más escasos –unos por no ser renovables y otros por sobrexplotación– y más costosos de conseguir, el progreso abarcará a un número cada vez más limitado de población y dejará a cientos de millones de seres humanos marginados.

Respecto a la supuesta estabilidad y seguridad de suministro que aporta la generación nuclear de electricidad, parece que Manuel Fernández desconoce el problema de nuestro vecino galo, el segundo productor nuclear del mundo. Francia cuenta con 56 reactores nucleares, en unas centrales envejecidas y con problemas de corrosión que han provocado el cierre por mantenimiento de más de la mitad de ellos, con la consiguiente caída en la generación eléctrica y la necesidad de recurrir a la importación, por primera vez desde 1980, para satisfacer el suministro. Entendemos que “la no emisión de gases de efecto invernadero” de la que habla se refiere a una vez la central ha entrado en funcionamiento, pues ya hemos explicado que sin combustibles fósiles no es posible su construcción.

Dice el señor Fernández que “estamos intentando hacer la siguiente transición a fuentes de energía que no emitan CO₂. Las energías renovables ayudarán cada vez más, pero solas, con las tecnologías actuales, no van a poder, necesitan ayuda”. A ello respondemos que lo que estamos intentando es hacer una transición industrial –recalcamos el modelo de transición elegido, el industrial, que no es el único posible ni el más sostenible– a energías renovables que es fuertemente dependiente de los combustibles fósiles. Si no puede haber nuevas centrales nucleares sin el concurso de la energía fósil, lo mismo sucede con la implantación industrial de renovables. Todo el proceso de extracción de minerales, refinado, fabricación de placas fotovoltaicas o aerogeneradores y el transporte e instalación de los mismos no es posible sin el uso de energía fósil. Esta transición tan verde y sostenible, como pretenden vendernos el sector energético, el Gobierno y la Unión Europea, supondrá el aumento en unas emisiones de CO₂ que, si se hubieran cumplido los acuerdos internacionales de descarbonización, deberíamos llevar décadas reduciendo. La actual brecha de emisiones, la diferencia entre lo que tendríamos que estar emitiendo y lo que emitimos o, dicho de otra manera, la parsimonia y el trampeo con el que se está acometiendo la descarbonización, ya nos garantiza que el límite de seguridad de 1,5 °C de calentamiento respecto a la era preindustrial no sea un objetivo alcanzable. Según los estudios más conservadores, ese límite se superará las próximas décadas, según otros, este mismo año podría superarse de manera puntual. Seguir quemando fósiles es, literalmente, jugar con fuego.

La perorata sobre los países en vías de desarrollo rezuma moralina y levanta sospechas sobre si encubre ignorancia o intereses ocultos. Es cierto que “nosotros, en los países ricos, nos hemos desarrollado merced al consumo ingente de combustibles fósiles”, sin embargo, asumir que consumo energético es sinónimo de desarrollo es un error. Si es preciso dar un nuevo significado a lo que entendemos por progreso, también lo es respecto al desarrollo, y en ambos casos la nueva definición no puede ir ligada al crecimiento económico porque este es inseparable del consumo de energía y recursos. El “desarrollo” del Norte Global ha sido calamitoso para el planeta. Los habitantes de los países en vías en desarrollo tienen derecho a unas vidas dignas, pero no a costa de cometer los mismos desmanes. El Norte no puede seguir creciendo si no es causando más daño ambiental y desigualdades sociales, lo que implica que, si queremos una salida justa a las crisis, los países y grupos sociales con mayor huella ecológica deben reducir su metabolismo para atrasar el día de sobregiro, y cooperar con los países y grupos sociales empobrecidos para garantizar los derechos y necesidades básicas de toda persona.

Nosotras no “hemos decidido que el mayor problema de la humanidad es el cambio climático” y nos parece preocupante que una persona que forma parte de la comunidad científica hable de “decidir” para referirse al consenso científico más amplio de la historia de que la crisis climática es un problema de orden civilizatorio, que amenaza la supervivencia de la especie humana. No podemos permitirnos seguir quemando combustibles fósiles, ni el Norte rico para seguir viviendo por encima de las posibilidades del planeta y como justificación para una transición energética industrial insostenible ni el Sur empobrecido para igualarnos en “desarrollo”. La receta no puede ser permitir que los países pobres usen energía fósil, sino abandonar de inmediato su uso, aprovechar localmente y de manera sostenible –respetando los plazos naturales de renovación– los recursos de cada territorio y dejar atrás el modelo económico basado en el lucro.

Conviene matizar que si China es un gran emisor de gases de efecto invernadero no es debido únicamente a que sea el país más poblado del mundo y se esté “desarrollando”. Si contabilizamos como propias las emisiones relativas a todo lo que Europa y Norteamérica consumen y cuya fabricación ha sido externalizada a “la fabrica del mundo”, los datos de emisiones no serían tan desfavorables en su contra. China cuadruplica la población de EE.UU., sin embargo, sus emisiones apenas doblan a las estadounidenses. India, también en vías de desarrollo, iguala en población a China, por contra, sus emisiones son casi cuatro veces menores.

Fernández Ordóñez llama “matraca” a la constatación de que los recursos naturales son finitos, obviando el día de sobregiro, en el caso de los renovables, y la sobreexplotación. Podríamos concluir ahí nuestra respuesta, pero vamos a complementarla con la recomendación de un par de lecturas: Límites minerales de la transición energética, de la investigadora Alicia Valero (Instituto CIRCE, Universidad de Zaragoza) y el reciente Necesidades materiales y energéticas de la electrificación del transporte mundiales, del grupo GEEDS de la Universidad de Valladolid. Como síntesis de sus conclusiones nos sirven muy bien las palabras de la antropóloga Yayo Herrero: “Cuando se contrastan las reservas de minerales con todo lo que la industria pretende hacer con ellos, las cuentas no salen. O sí. Salen si los beneficios en forma de dinero, luz o combustible alcanzan solo a unos pocos y ‘se olvida’ que hay que dividirlos entre miles de millones de seres humanos.”

El doctor Fernández afirma que “el ser humano no se encuentra los recursos, los crea. El uranio no era un recurso hasta que el ser humano lo descubrió. Lo mismo pasó con el carbón, con el petróleo o el silicio”. “Encontrar” o “descubrir” uranio, carbón, petróleo o cualquier otro recurso no renovable no es crearlo. El ser humano no crea recursos de la nada, sino que aprende a sacar provecho de los que encuentra en el planeta. Estamos seguras de que un Licenciado en Física de Partículas y doctor en Física Nuclear debe estar familiarizado con uno de los principios más básicos, el de la conservación de la energía, que no se crea o se destruye, sino que solo se transforma. El ser humano ha aprendido a convertir la energía contenida en diversos recursos naturales en energía útil para su desarrollo industrial y tecnológico, pero el planeta no tiene recursos energéticos ilimitados, y por tanto, ese “proceso cíclico” del que habla tiene un límite, el planetario. No hay una cantidad infinita de fuentes que podamos descubrir cuando hayamos terminado de explotar las conocidas.

Ponemos fin a esta larga réplica pasando por alto su comentario sobre la fusión nuclear, porque el tema ha sido tratado con rigor en artículos como Razones para acoger con cautela el último hito de la energía nuclear de fusión y Fusión nuclear: ¿una fuente de energía limpia e inagotable? Mmm, quizás no tanto…

Ángel García y Valentina Schütze

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