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Activismo climático en tela de juicio

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Activistas climáticos se ven las caras con la justicia institucional, en un clima de juicio social que no pierde aliento.

En los últimos meses, no solo han salido a la luz casos de infiltración policial en movimientos climáticos, sino que los activistas se han visto, por fin, las caras con la justicia del estado; comienzan los procesos judiciales. Miembros de la comunidad científica están siendo juzgados por su acción de protesta un 6 de abril frente al congreso, en la que vertieron sangre falsa y se negaron a irse cuando se les llamó al orden.  Muchas personas deben estar satisfechas. Ya está bien de molestar. Y la verdad es que lo entiendo.

Entiendo que encontrarse media hora atrapado en el tráfico porque a un grupo de ecologistas les ha dado por sentarse en mitad de la carretera a pedir justicia climática puede ser un incordio. Entiendo que se tarda mucho más y resulta más inconveniente ir al trabajo en un medio que no sea el coche, y, además, para qué negarlo, nos gusta conducir. Entiendo que nadie quiere ir al corte inglés y encontrar que ha sido bañado con una mezcla de remolacha y cacao soluble que imita la sangre, o que el evento deportivo del que estamos disfrutando alegremente se vea interrumpido. En definitiva, entiendo la molestia de gran parte de la sociedad civil con las formas de protesta que los activistas climáticos están adoptando, desde hace ya un par de años, por todo el mundo.

Sin embargo, confieso que en alguna que otra ocasión me he visto a mí misma apoyando moralmente a las personas sentadas en la carretera o en la entrada de un edificio público con una pancarta ecologista, y no he podido evitar preguntarme, «¿no era yo de las que creía que, en democracia, las ideas se expresan votando?». Verán, señores y señoras del jurado, a los que tanto les gusta criticar las formas de activismo climático, me molesta que se corte el tráfico, sí, pero tener que preguntarme si es que merece la pena o no tener hijos, con la que se viene encima, me molesta mucho más. Me molesta mucho más que en las instituciones públicas se insinúe que la mayor crisis a la que nos enfrentamos como humanidad, la principal amenaza a nuestra calidad de vida en las próximas décadas, pueda tener lados positivos, como hizo un miembro de VOX hace algunos meses. Me molesta que haya escasez de agua en Andalucía y racionamiento de frutas y verduras en Inglaterra… Y esto por nombrar solo algunos pocos ejemplos de todo lo que me molesta.

Y no es que sea una cascarrabias, señores y señoras del jurado, es que padezco de aquello de lo que padecen cada vez más personas, sobre todo jóvenes, e incluso niñas, y que se ha llamado eco-ansiedad. Han oído bien; la ficción del progreso sobre la que han construido este sistema extractivista, ecocida, y por lo tanto suicida, está llevando a las personas jóvenes a sentir ansiedad al pensar en sus expectativas de futuro en un escenario de colapso climático. Ansiedad que se ve acrecentada cuando tratamos de alzar la voz sobre nuestra preocupación, pedir justicia climática, y que la respuesta de la sociedad sea un gran «shhhhh, molesta demasiado, esa no es la manera». Entonces ¿cuál sería? ¿Participar en las elecciones? ¿Manifestarnos en una marcha? ¿Firmar una petición? Disculpen, señorías, pero después de décadas de insistir con todas esas opciones de la lista y que el sistema siga igual, permítanme que lo dude. Desde luego que sería más cómodo y más fácil optar por una de las opciones de protesta “aceptables”, pero son muy fáciles de ignorar, y nos quedamos sin tiempo, así que no queda otra que poner el cuerpo para tratar de que se escuche la voz que pide justicia climática. 

Y mientras unos tratan de poner sobre la mesa que las Naciones Unidas dice que el momento de reducir emisiones es ahora o nunca, hablan de seguridad alimentaria, de condiciones de inhabitabilidad para una gran parte de la población global, otros hablan de nuestra ropa. No, no es una broma. La respuesta seria de los detractores es que no tenemos derecho a hablar de estos temas mientras nos vistamos con ropa producida con petróleo. Quizás tengan razón. Quizás suscitaríamos menos críticas y más apoyo si nos presentásemos a las tertulias y a las protestas y a los debates en bolas. Aunque tampoco hubo una reacción muy positiva a las protestas contra el delirio de la moda rápida, en las que compañeras se presentaron desnudas en las tiendas y en los escaparates, con el mensaje «antes desnuda que muerta» pintado en su cuerpo. (En ese caso el agravio era que se les veían las tetas, que “no es de recibo”, pero ese es otro tema).

No, señores y señoras del jurado, el mensaje no era una exageración. La moda rápida mata. Mata a mujeres y niñas que trabajan en fábricas con condiciones precarias, mata ecosistemas como el desierto de Atacama en Chile, es responsable del 35% de los microplásticos en el océano, producidos por el lavado de textiles sintéticos como el poliéster (¡gracias, Amancio!) … Pero no teman, antes de que mastiquemos y traguemos comida tejida de porquería textil, seguramente llegará H&M a salvar el día con su tecnología tecnoptimista inspirada en el sutil arte del lavado verde, que tan efectivo ha resultado a empresas, gobiernos y otros organismos para continuar con sus negocios ecocidas.

Parecería que le acabo de dar la razón a los detractores; ¡la ropa contamina, así que las activistas que llevan ropa contaminan!, ¡qué hipocresía!… Entonces, no podemos protestar con ropa, y no podemos protestar sin ella. Me pregunto, bajo esa lógica, quién cualificaría para ser un buen activista climático, o si en realidad la lógica está pensada para tornar inadmisible cualquier tipo de protesta, y así poder seguir contaminando en paz. Les voy a compartir algo que he aprendido a base de darme cabezazos contra la pared; un individuo que vive en un sistema que no es sostenible, no puede tener un estilo de vida sostenible. Por eso, las personas que se preocupan por la sostenibilidad, exigen cambios sistémicos. No es un trabalenguas, es que queremos que se fomente un sistema de moda circular y en el que no haya sobreproducción, para poder, de una vez por todas, vestirnos con ropa que no mate. Y como eso, todo.

Pero ojalá tuviésemos el mismo nivel de escrutinio que tenemos a la hora de criticar a las activistas, pero con los políticos. Ojalá lo hubiésemos tenido hace tiempo, pues quizás no estaríamos en este lío. Hace poco, una activista de Just Stop Oil en Inglaterra era acusada en un programa de tertulia política de llevar ropa producida con petróleo. «Estamos hablando de la pérdida de cosechas en 2030. Estamos hablando de personas en este país que ahora mismo se encuentran en situación de pobreza energética debido a los precios del petróleo y tú estás hablando de la ropa que llevo puesta. Si queremos hablar de hipocresía, miremos al gobierno que se ha comprometido a cero [emisiones] netas para 2050 y ahora está planeando abrir 42 nuevos yacimientos de petróleo que liberarán combustibles fósiles en la década de 2050. Eso es una sentencia de muerte para mi generación y para vuestros hijos». Nada más que añadir, señorías.

Cuando veo a personas que solo disponen de su tiempo, su cuerpo, su voz, y su ingenio tratando de hacer que suene la alarma para que despertemos del sueño en el que la crisis climática es tarea que podemos dejar para mañana, no creo que sea el momento más oportuno para ponernos el sombrero de persona crítica que nos faltó a la hora de criticar a las personas en el poder mientras el histórico sedentarismo político nos conducía a la crisis, a pesar de las fotos que se hicieron en la COP. Yo, en su lugar, me preguntaría qué estoy haciendo yo al respecto, y si la respuesta es nada, les diría a esas personas que protestan, aunque fuese para mis adentros, «gracias por defender el planeta en el que vivimos todos, también los que os critican».

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