Si alguna vez creí que los avances tecnológicos llegarían a nuestras vidas para liberar nuestro tiempo de trabajos tediosos, y así dejar espacio para la creatividad y el ingenio humanos, hoy no debe quedar en mi interior nada de esa ingenuidad, más que un vago recuerdo rencoroso. Me mintieron. Los creadores de Chat GPT y compañía, los defensores del avance tecnológico desaforado, indiscriminado, sin límites, que llegan demasiado tarde a escribir cartas desesperadas para advertirnos de algo que ya ha pasado, en mi imaginario son cacofonías de los náufragos del Titanic o de las ruinas de Pompeya. No representan más que los vestigios de una sociedad que caminó hacia el abismo, convencida de que al otro lado estaba el cielo. Hablo en pasado, puesto que considero que ya está hundida, ya solo quedan apenas ruinas. Lo que queda cuando se disuelve la capacidad de crítica.
Los creadores pretenden advertirnos, sin darse cuenta de que las advertencias solo tienen posibilidades de triunfo cuando vienen previas al suceso del que se pretende advertir, pero la IA es algo que ya nos ha pasado, porque es así como dejamos que la tecnología colonice nuestras vidas, secuestre nuestra autonomía. Dejamos que nos pase. Que nos pase por encima de manera que, cuando nos demos cuenta, ya es tarde. Cuando nos dimos cuenta de los lados más oscuros que esconde la vida dominada por algoritmos, por el monopolio de la información, la comunicación, la interacción social digital, en un par de manos con intereses económicos, ya era tarde. Estamos irreversiblemente enganchados a la heroína digital, y nuestras críticas o nuestros intentos por domesticar a las redes son tragados por las mismas. Poner advertencias en algunos posts de RRSS para pedirle, rogarle amablemente al usuario que se informe de fuentes veraces, cuando ya está convencido de que la cuenta de Trump es su única fuente de verdad, es tratar de ponerle un parche a una embarcación que pierde agua por todas partes. Y en ese escenario en el que todavía estamos lejos de regular los algoritmos que dominan nuestras vidas, llegó Chat GPT.
Además de la sensación de incertidumbre e incluso temor por el conocimiento de estar viviendo una distopía tecnológica, me siento indignada y me siento estafada. Me siento indignada porque este cuento era la crónica de una muerte anunciada. Murió la posibilidad de un diálogo social sano, como se viene anunciando por todas las voces críticas a dejar que la tecnología nos pase sin una reflexión previa, sin un diálogo social, sin que la decisión la tomen por nosotros dirigentes de Silicon Valley. Vienen ahora a advertirnos de los peligros, cuando siempre pudimos atisbarlos, y eran ellos los que podrían haberlos evitado. ¿A quién lanzan ahora esas cartas? ¿Será a mí, que no puedo hacer nada al respecto? ¿Será a la humanidad? ¿No se habrán dado cuenta de que la humanidad está fragmentada en burbujas de opinión polarizada, condenada al no-diálogo, instigado por esos mismos avances tecnológicos de los que también nos advirtieron demasiado tarde? Mucho me temo que, aunque no es a mí a quién escriben, somos yo y mis cohabitantes de burbuja, escépticos de la IA, pero sin ningún poder de agencia al respecto, los únicos que les leemos.
Me siento estafada porque me prometieron que la liberación del tiempo del ser humano vendría cuando las máquinas sustituyeran nuestros trabajos indeseados, y no han hecho más que trabajar para sustituir aquellos trabajos que nos alimentan el alma. ¿Por qué no se encargan de desarrollar IA que emprenda el trabajo de las personas que en África minan los minerales para nuestra amada tecnología? ¿Por qué no desarrollan sustitutos para las mujeres y niñas que trabajan explotadas en la industria de la moda rápida? ¿Por qué se tienen que meter con los diseñadores gráficos, con los ilustradores, con los escritores, con los músicos, con los pensadores, con los artistas? Necesito la literatura y la escritura casi tanto como el respirar para poder vivir, pero con Chat GPT, MidJorney, y compañía, podemos despedirnos de nuestros sueños de una vida en la que la producción de arte se valore y proporcione una vida digna.
Así que nadie más me va a engañar. A nadie le interesa la liberación humana. El objetivo de la tecnología no es ni ha sido nunca dicha liberación. Ha sido y es la producción de capital, la acumulación, la competición, y lo que ya conocemos. De hecho, echando la vista atrás, me pregunto como pude alguna vez creerme el cuento de que es gracias a los avances tecnológicos que pudimos trabajar menos. Por las ansias de algunos de tecnología, la mayoría nos vimos obligados a trabajar más, y fue la legislación fruto de la lucha social la que nos devolvió el tiempo robado.
Ahora que tengo las ideas claras, toca plantearme cómo abordar este nuevo escenario en convivencia con la IA. Barriendo para mi parcela, me pregunto cuál será el destino de la literatura con Chat GPT en el mundo. Y después de mucho preguntarme, lo único que he podido sacar en claro, es que toca ser más humanos que nunca. Es lo único sobre lo que tenemos algo de ventaja.
He recordado muchas veces estos días algo que le leí a Svetlana Aleksiévich hace algunos años, en Voces de Chernóbil. Decía Aleksiévich que, justo después del accidente, callaron muchas voces, y, curiosamente, «con quien resultaba más interesante hablar no era con los científicos, los funcionarios o los militares de muchas estrellas, sino con los viejos campesinos. Gente que vivía sin Tolstói, sin Dostoyevski, sin internet, pero cuya conciencia, de algún modo, había dado cabida a un nuevo escenario del mundo. Y su conciencia no se destruyó».
En este escenario de incertidumbre, esta idea me guía como la luz de un faro a un barco a la deriva; mientras haya gente interesada en escuchar la voz y la historia de un viejo campesino, antes que a Chat GPT, habrá esperanza.