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Las mujeres ya no pueden llorar

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Decir que la famosa reciente frase de Shakira «las mujeres ya no lloran, las mujeres facturan», no es feminista, no debe ser nada nuevo. ¿Pero en qué fase del camino se dio un paso tan en falso, como para que se asocie esa frase con el empoderamiento de la mujer? ¿Está fallando el feminismo, está ganando el patriarcado, o algo entre medias?

Primero revisemos lo que debería ser evidente; las mujeres sí lloran, por suerte. La expresión abierta de los sentimientos, mostrarse sensible e, incluso, vulnerable, no es una muestra de debilidad, o no debería interpretarse como tal. Es, precisamente, la falta de expresión de los mismos por parte de los hombres uno de los factores que, entre otros, contribuyen a su mayor tendencia a resolver los conflictos de forma física, y por tanto sería más sano y más conveniente que todos y todas perdiésemos el miedo a llorar, a llorar en público, en privado, cuando los sentimientos nos lo exijan.

“¡Desbaratemos los estereotipos de género, los hombres también lloran!” Esta era una lección que, si bien nunca llegó del todo a ser puesta en práctica, teníamos, en teoría, bien aprendida. Pero hemos pasado del “todos deben llorar” a “las mujeres empoderadas no lloran” en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué ha pasado?

Lola López Mondéjar nos advertía en su libro ensayístico Invulnerables e Invertebrados que el individuo híper-moderno, para sobrevivir la invasión neoliberal de su mundo sentimental interior, debe generar para sí mismo una “fantasía de la invulnerabilidad”, es decir, creerse invencible, invulnerable… O, en el caso de las mujeres que atraviesan una dolorosa ruptura amorosa, creerse inmune a la necesidad de llorar. Hay algo de eso en el reclamo de Shakira; «te creíste que me heriste y me hiciste más dura, las mujeres ya no lloran…»  

Pensándolo dos veces, quizás no debería sorprendernos demasiado que, ante la posibilidad de que los hombres se adapten y fomenten en sí mismos valores típicamente femeninos, o que las mujeres hagan lo contrario, haya premiado la segunda opción, dado el orden patriarcal de las cosas. Hacerse “dura”, o morir, serían las opciones a nuestro alcance. Quizás una sociedad más sensible y amable fue una utopía desde el principio.

Pero, por si la represión de los sentimientos no fuese pérdida suficiente, el verso continúa «…las mujeres facturan». He aquí el triunfo máximo del capitalismo; lograr instalarse hasta en los ámbitos más íntimos y abstractos de la vida emocional. Las mujeres asocian el empoderamiento con la represión de sus sentimientos y la capitalización individual de su dolor.

Si de todas las reclamas que hace Shakira en la canción, esta en concreto no hubiese suscitado una ola de mujeres que la citan, la celebran, y la apremian como una forma de empoderamiento, no habría motivo para darle demasiada importancia. Pero la realidad es que, al escuchar esta nueva consigna, a muchas mujeres, lejos de saltarles las alarmas, les ha parecido un himno feminista, una nueva forma empoderada de lidiar con la ruptura de una relación.

Y es porque Shakira no ha hecho más que encapsular en un eslogan pegadizo algo que impera en la sociedad, más allá de ella. Su verso no es más que un síntoma de ese triunfo del capitalismo patriarcal. No dice “yo no lloro, yo ahora facturo”, si no que se refiere a las mujeres, y, en esa elección, no podría estar más acertada, puesto que ese modelo de mujer invulnerable que se enfrenta a la ruptura sin llorar y además sabe ganar dinero de ella, es un modelo para la mujer “empoderada”.

Lo triste es que, las mujeres que se suscriben a ese modelo claramente ven y sienten la necesidad de abordar la desigualdad de género. Y, sin embargo, el feminismo que aboga por la celebración de los valores típicamente femeninos parece haber fracasado a la hora de llegar a ellas, de instalar su narrativa entre las personas con sensibilidad feminista.

Quizás es en esa conjugación que hace Shakira entre la feminidad, la dureza (masculina) y la capitalización donde está la clave. El feminismo, los feminismos, en toda su diversidad, han sido y son una alternativa clara al machismo. Pero no está tan presente, tan universalizada, la idea de que sean una alternativa al capitalismo; ¿quién habla de una economía con el cuidado en el centro?, ¿dónde?, ¿desde cuándo? Desde luego no son los sectores más amplios de la sociedad.

Es bastante desmoralizador pensar que, cuando nos dimos cuenta que machismo y capitalismo eran uña y carne, este último ya había devorado nuestro mundo interior, sirviéndose de nuestras ansias ególatras de capitalizar. Ante este panorama, no me queda más remedio que seguir llorando por las esquinas, mientras el mundo me siga dando motivos para hacerlo.

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