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¿“Páguenles más” o “escúchenles más”? – otro enfoque ante la Gran Dimisión

Getty Images. Ilustración: Reagan Allen

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«Pay them more» dijo Biden como receta para curar la Gran Dimisión. Y, ante la preocupación del sector hostelero en España por la falta de empleadxs, Joaquín Pérez Rey, secretario de Estado de Empleo y Economía, no tardó en parafrasearle; «la solución es sencilla: pagar adecuadamente, cumplir con los descansos y las jornadas y permitir la conciliación de la vida laboral y la familiar». Pero, quizás, no todo tenga que ver con el dinero, como sugiere Biden, ni sea tan “sencillo” como lo pinta Pérez Rey.

«Pay them more» dijo Biden como receta para curar la Gran Dimisión, que más bien suena a palabras mágicas al estilo de eslogan estadounidense. Y, ante la preocupación del sector hostelero en España por la falta de empleadxs, Joaquín Pérez Rey, secretario de Estado de Empleo y Economía, no tardó en parafrasearle; «la solución es sencilla: pagar adecuadamente, cumplir con los descansos y las jornadas y permitir la conciliación de la vida laboral y la familiar. Estoy convencido de que, cuando eso pase, las vacantes se esfumarán como la espuma». Pero, quizás, no todo tenga que ver con el dinero, como sugiere Biden, ni sea tan “sencillo” como lo pinta Pérez Rey.

En EEUU, más de cuatro millones de trabajadorxs, aproximadamente el 3% de la fuerza laboral, dejaron su empleo, o simplemente no volvieron a él, tras la pandemia. Es un caso que ha suscitado particular interés, pero que no es ni mucho menos aislado. En Italia, por ejemplo, dimitieron más de un millón de empleadxs en 2021, y se habla también de Gran Dimisión o fenómenos similares en países como Reino Unido, Francia o China. En España, hubo más de 30.000 dimisiones o bajas laborales voluntarias en los primeros seis meses de 2022 – la cifra más alta jamás vista e el país, incluso por encima de los niveles de 2007, cuando reinaba la euforia económica por la burbuja inmobiliaria. ¿Qué hay detrás de este movimiento?

Hay bastante consenso en la explicación centrada en las malas condiciones laborales y la revalorización de las prioridades vitales. Son los motivos que ofrece el economista Paul Krugman, junto con un tercero; mayor liquidez por las ayudas durante la pandemia. El primer aspecto está encapsulado en las declaraciones de Pérez Rey; ante la reactivación de la economía tras el confinamiento y las medidas de distancia social, la oferta de puestos de trabajo aumenta, y, ante mayor oferta, la gente sube el listón de la calidad que espera del empleo. No hay tanta disposición a conformarse con la precariedad.

Menos aún tras el confinamiento que, liberadas las horas de trabajo, permitió saborear las delicias del tiempo libre, para revivir hobbies olvidados, descubrir nuevos, pasar tiempo en familia y, lo más decisivo, reflexionar. Roto, o puesto en pausa, el círculo vicioso del trabajo al cansancio y del cansancio al trabajo, ha surgido la posibilidad, y quizás hasta la necesidad, de hacer un replanteamiento de las prioridades; ¿queremos vivir para trabajar? ¿queremos dejar que el trabajo nos defina, moldee nuestras viadas (y nuestros cuerpos)?

La respuesta, para muchas personas, parece estar siendo “no”. Lo extraño es que, según un estudio de MIT, la renuncia en masa es también considerable entre sectores bien pagados, como el tecnológico. Además, la falta de conciliación entre la vida laboral, familiar y personal, los bajos salarios, el empleo temporal, y toda la lista de factores que contribuyen a la precariedad laboral, y que se sacan ahora a colación para darle explicación al fenómeno de la Gran Dimisión, son viejos conocidos. ¿Por qué está la gente dimitiendo ahora, y no antes? Resulta algo aventurado simplemente afirmar que la situación económica es mucho mejor que en tiempos prepandémicos. En todo caso, está claro que este no puede ser el único factor, visto que el nivel de dimisión es más alto que nunca, incluyendo períodos de mayor prosperidad. Entonces, ¿realmente ha conseguido el confinamiento, por sí solo, generar estos cambios de rumbo de vida en masa?, ¿o hay algo que no estamos viendo?

Lo que parece habérseles escapado a analistas y economistas varios es el factor generacional. Parece ser que son los jóvenes, tanto la Generación Z como los Millenials, son los que encabezan la fuga laboral. Así lo señala el estudio La Gran Renuncia: Claves para atraer, retener y ganar la batalla del talento (así como la Oficina de Estadísticas Laborales Americana, entre otros). En el mismo estudio se admite que las generaciones que se están incorporando (o deberían estar haciéndolo) actualmente al mercado laboral tienen «intereses diferentes a los de las generaciones anteriores en lo relativo al balance entre la vida profesional, la familiar y la personal». Intereses que no se corresponden con la oferta del mercado, y, por lo tanto, siendo esta disparidad otro factor contribuyente a la Gran Renuncia. Pero, todavía se podría ir un paso más allá de lo que propone el estudio; no es solo que lxs jóvenes quieran más conciliación entre vida laboral y personal o familiar, es que ya no creen en el mito del trabajo estable como una vía para garantizarles un “futuro mejor” o, al menos, estable.

Lxs jóvenes se están lanzando, voluntariamente, a la inestabilidad laboral, a menos por ahora. Y no es porque vivan libres y despreocupados, si no porque les ocupan perturbaciones mayores.  

El colapso climático, el incremento de conflictos bélicos, el riesgo de futuras pandemias, son factores que amenazan el futuro cercano, y lo hacen de forma que desposee de la sensación de agencia; es decir, de la sensación de ser capaz de influir sobre la situación en la que nos encontramos a través de nuestros actos. Dicho de otra forma; las generaciones que están comenzando a adquirir una conciencia política, se dan cuenta de que, por decisiones que no han tomado, se les vienen encima décadas de crisis climática, energética y sanitaria, y por lo tanto también social, y las posibles soluciones no están en sus manos.

Los términos eco-ansiedad o ansiedad climática están cada vez más instalados en la jerga utilizada para describir y entender la experiencia vital de las nuevas generaciones, con estudios concluyendo que la preocupación por el camio climático afecta a la mayoría de lxs jóvenes. Ejemplos son uno abordado en la revista Nature, que dice que entorno al 60% de lxs jóvenes se sienten “muy” o “extremadamente” preocupados por el cambio climático, o uno realizado por Imperial College, que encuentra que más jóvenes se preocupaban por la inacción con respecto al cambio climático que por el efecto sobre su futuro de la pandemia de COVID-19.

Las fuentes de energías no-renovables se están agotando, y el sistema depende esencialmente de ellas, así que, cuanto más bajas las reservas, más lejos estarán los gigantes a llegar para hacerse con ellas, incluyendo, por qué no, conflictos bélicos. Cuantos más animales en granjas industrializadas, que es la tendencia, más riesgo de nuevas pandemias. Y, mientras tanto, nosotrxs… ¿a trabajar?

El mundo postpandémico no solo se ha despertado con niveles de renuncia laboral históricos, si no también con niveles históricos de participación en el movimiento ecologista. En los últimos años, las protestas por el clima han superado los niveles de movilización de cualquier otro movimiento en muchos países, y hemos visto el auge de los movimientos de desobediencia civil no-violenta. Lxs científicxs salen de los laboratorios para participar en la desobediencia civil, uniéndose a organizaciones como Rebelión Científica o Scientists for Future. ¿Podría ser que lxs jóvenes estén haciendo lo análogo con el trabajo?

Aunque no podríamos decir que el cien por cien de lxs jóvenes que dimiten lo hagan por y para el clima, tampoco parece prudente tachar la contemporaneidad de ambos procesos como simple coincidencia. Sobre todo habiendo casos como el de trabajadores del sector tecnológico con puestos en empresas como Google que dejan su (altamente remunerado) puesto expresamente para trabajar contra el cambio climático, con dos de ellos creando un canal de Slack en 2020 para ayudar a otras personas a hacer lo mismo, que ahora cuenta con más de 8.500 miembros, o estudios que muestran que para lxs jóvenes no basta incorporar hábitos eco-conscientes a su día a día, si no que se comprometen de forma más vital. Como dice Rachel Larrivee, 23 años, “para mí no tiene sentido perseguir una carrera – o una vida – en ninguna otra área”.

Futuro Vegetal, un colectivo de activismo contra la crisis climática, abordó el tema en sus redes sociales a finales de septiembre: «miles de personas están dejando su trabajo en todo el mundo ante la ofensiva neoliberal, el desastre ecológico y la pérdida de sentido. ¿Qué vale un buen sueldo y un ascenso frente al cambio climático? ¿Por qué luchar por las plazas [de trabajo] cuando todo el sistema se tambalea? La pandemia nos ha planteado un dilema: la economía o la vida».

@olifro.st «Saltarse la escuela no es el fin del mundo. De hecho, podría prevenirlo.»

En su post utilizan el término La Gran Deserción, que contiene la connotación de abandono; los soldados desertaban los ejércitos por falta de fe en la causa, por no creer que esta mereciese que ellos perdiesen la vida, o por simple miedo a perderla. ¿Acaso no fue Fridays for Future una gran deserción de la escuela de niñxs que temían por su futuro? Un «¿de qué me sirve estudiar, si la habitabilidad del planeta en el que vivo y voy a vivir está en juego?»

Así que, a lxs expertxs que desarrollan planes para empresarixs, recomendaciones para mantener a sus empleadxs bien amarradxs en esta nueva “guerra por los talentos”, y a los políticos que proponen simples subidas de sueldo o incluso respeto por los horarios de descanso, que no se sorprendan si, al menos algunos, decimos “no, gracias, pero más cuentos no”. No más “estudia para tener opciones (de ser explotado en el mercado laboral)” o “lucha por tus sueños (ocho horas al día en una empresa)”. No mientras vivamos en un sistema extractivista que privatiza y pone en riesgo el acceso a recursos básicos. No mientras tengamos un sistema de salud y alimentación que es un caldo de cultivo para futuras pandemias. Estaría muy bien que nos pagasen más, pero todavía mejor que nos escuchasen más

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