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Sopa de Tomate Sobre Lienzo

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DOS ACTIVISTAS DE JUST STOP OIL ARROJARON SOPA DE TOMATE A UNO DE LOS CUADROS DE LA SERIE LOS GIRASOLES DE VAN GOGH. ¿SENSACIONALISMO CLIMÁTICO, O MEDIDAS DESESPERADAS ANTE SITUACIONES DESESPERADAS?

Imaginemos que somos dos mujeres jóvenes. Estamos en nuestros veintes, comenzando a tomar conciencia política, y comprendiendo que, desde que íbamos a la escuela, más que a cualquier generación anterior, nos han enseñado sobre el impacto del ser humano en el medio ambiente desde un punto de vista biológico y social. Y, sin embargo, no se han tomado las medidas necesarias para frenar el cambio climático. De hecho, se avecina una avalancha en forma de crisis climática, energética, y por lo tanto económica y social inminente, que amenaza nuestras expectativas de futuro y nuestro bienestar. Y nadie hace nada al respecto. Al contrario; aumentan las inversiones en fuentes de energía no renovables, y la explotación y destrucción de ecosistemas. ¿Qué hacer? ¿Cómo podemos exigir cambio de una forma efectiva, si solo disponemos de nuestros cuerpos, nuestras voces y nuestro ingenio? 

Concluimos que tenemos que ponernos en acción y protestar. Pero, ¿de qué manera? Las formas de protesta tradicionales, como salir a la calle con pancartas, aunque son importantes para mostrar el nivel de apoyo popular por una causa, no han funcionado, puesto que se llevan practicando desde hace décadas y la situación climática va a peor.

Tampoco otras tácticas utilizadas por activistas climáticxs como pegarse a carreteras, o ir directamente a por refinerías petrolíferas u otras grandes industrias o corporaciones. De nuevo, esta táctica se ha llevado a cabo desde hace años, con algunos éxitos innegables, pero siempre a nivel local. Si observamos la evolución climática en las últimas décadas a nivel global, la contaminación y la destrucción del medio ambiente no han hecho más que aumentar. Así que la realidad ecosocial (y la indiferencia política ante ella) exige que busquemos otras estrategias, y que las encontremos ya.

La estrategia de Phoebe Plummer y Anna Holland el pasado viernes 14 de octubre fue arrojar una lata de sopa de tomate a un cuadro de la serie Los girasoles, de Van Gogh. Acto que ha suscitado mucha controversia, crítica y, sobre todo, atención; las activistas han conseguido que su gesto estuviese en el punto de mira de muchos medios. ¿Un acto ridículo por parte de dos “niñatas” queriendo llamar la atención? ¿O una forma efectiva de “generar conversación”? 

El “ataque” a Los Girasoles (que en ningún caso fue dañado, puesto que estaba cubierto con un cristal protector), no fue un gesto aislado, sino que forma parte de una estrategia coordinada de la organización Just Stop Oil, que ya en julio tuvo activistas pegándose al marco de la versión de La última cena de la Real Academia de las Artes de Londres, y al de El carro de heno, de John Constable, entre otros. Así que parece haber una intencionalidad detrás de la acción, incluyendo la disposición a ser detenidas y afrontar las consecuencias legales que eso conlleve, que responde a algo más que a un berrinche. 

Lo que está claro es que querían llamar la atención – y lo consiguieron. “Generaron debate”, aunque, a estas alturas de la partida, “generar debate” no es suficiente. Lo que hay que hacer es generar propuestas, pasar a la acción. Pero esto no sucederá mientras continuemos ignorando el problema, paseando por galerías, admirando desde la pasividad y la distancia obras del siglo diecinueve, fingiendo que podremos mantener nuestro estilo de vida a pesar de la crisis climática. En un esfuerzo por hacer sonar las alarmas, lxs activistas paran el tráfico, interrumpen eventos de todo tipo… La coherencia entre todas estas acciones reside en la llamada de atención; «despertad, la vida está en peligro, no podemos continuar como si nada».  Desviar el foco de un cuadro hacia la situación de urgencia actual, no puede tener ningún efecto que no sea positivo.

Sin embargo, no queda claro si, para hacer un gesto que haga ruido, está bien meterse con el arte. El arte es importante, por eso causa tanto revuelo. El arte es cultura, es historia, es humanidad compartida, es expresión, y de un valor (y no precisamente económico) incalculable. Pero, ¿no es el diálogo entre el arte y la sociedad lo que lo hace tan valioso? ¿Deberíamos entender el arte como algo a ser admirado desde la distancia, o como organismo vivo dentro de la sociedad, con capacidad de crítica, de intervención, de cambio?

El arte también es patrimonio común, lo que le otorga un valor añadido. Pero no es lo único que merece este título. Just Stop Oil exige que el gobierno británico “se comprometa a poner fin a todas las nuevas licencias […] para la exploración, desarrollo y producción de combustibles fósiles en el Reino Unido”, exigencia propiciada por las nuevas cien licencias que el gobierno británico va a otorgar para que empresas exploren y exploten nuevas áreas del Mar del Norte. ¿Acaso los océanos no son “patrimonio común”? Aquello a lo que todxs tenemos derecho, un medio ambiente sano, a un sistema que no ponga en riesgo nuestra salud o nuestro acceso a recursos básicos, está siendo vandalizado constantemente, y no por activistas climáticxs, si no por el capitalismo y la indiferencia (o peor, complicidad) política.

Además, el arte, en general, es patrimonio común, pero más común para algunxs que para otrxs. Precisamente, fue un cuadro de la serie de Los girasoles el que rompió récords al ser la obra más cara vendida en una subasta de arte, el 30 de marzo de 1987. Lo compró la empresa de seguros Japonesa Yasuda Fire And Marine Insurance Company, Limited, propiciando una ola bate-récords económicos en subastas de obras de arte, dinamitando el mercado. Esto la convirtió en una de las obras más famosas del mundo (lo que nos lleva de nuevo a “llamar la atención”), pero, además, la vincula, como vincula al arte, con la lucha climática, que es, a fin de cuentas, una lucha de clases.

El mercado del arte, profundamente elitista y a menudo usado con fines especulativos y de blanqueo de dinero, no puede ser fácilmente desvinculado de la élite que más contamina. Recordemos que las emisiones de CO2 del 1% más rico duplican las de la mitad más pobre de la humanidad. Las mismas personas que más recursos tienen para sortear los efectos de la crisis climática, son las que más la alimentan.

«Así no ganan adeptos», dijeron algunxs, olvidando que todo tipo de movimientos sociales ha generado, genera y generará rechazo. Lo generaron las mujeres que lucharon por el sufragio universal (“no son las formas”), lo generó el movimiento por los Derechos Civiles (“no es el momento”), o, más recientemente, generó rechazo, entre otras cosas, por derribar estatuas de esclavistas en Inglaterra (“es historia”). Los bloqueos del tráfico generan rechazo (“es inconveniente”), lxs activistas que entran en macrogranjas y documentan animales viviendo entre cadáveres y heces han generado rechazo (“es propiedad privada”). Es tarea casi imposible no generar rechazo en las formas de protesta contra en sistema hegemónico que no quiere ser criticado. No hay que tenerle miedo al rechazo. Para resolver el rechazo, está el diálogo, y para propulsar el diálogo, está la acción.

El mensaje es claro; mientras pasamos un ameno viernes disfrutando de obras valoradas en millones de euros, la crisis ecosocial llama a la puerta. Y debemos desviar nuestra atención hacia ella. Por suerte, Plummer y Holland nos han dado un tirón de oreja. Con las manos pegadas bajo un famoso cuadro, nos preguntaron: «¿Qué vale más, el arte o la vida? ¿Vale más que la comida? ¿vale más que la justicia? ¿Qué nos preocupa más, la protección de una pintura o la protección de nuestro planeta y la gente?» Y el mundo ha respondido; de momento, el “arte”.

@mapasparaelcolapso

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